Amenábar y lo técnicamente irreprochable
Antonio de la Mano
Hace ya diez días que se estrenó Regresión, la última película de Alejandro Amenábar, la cual está dejando más huella en la taquilla española que en el recuerdo de los espectadores que fuimos a verla. Aunque ni eso, puesto que la campaña mediática por parte de Telecinco no ha surtido tanto efecto, ya que su estreno se quedó en 2,6 millones de euros mientras que el año pasado por estas fechas Torrente 5 hacía 3,7 millones. Y eso que estamos hablando de Amenábar, uno de los directores españoles que más hype generan ya que entre película y película se toma descansos de cinco años como mínimo. Y claro, lo primero que hace el espectador cuando sale del cine es hacerse dos preguntas. La primera de ellas es "¿Seis años de espera para esto?", la siguiente es "¿De verdad esta era la película que deseabas hacer?".
Y dentro del ejercicio crítico, una de las muletillas más repetidas a la hora de intentar sacar aspectos positivos de esta película (que los tiene, ojo) es decir que "técnicamente es irreprochable" o "su factura técnica es muy buena". O "está muy bien hecha", como diría mi madre. Y, como bien dijo Juanjo Cerero, "Si está técnicamente perfecto es que es una puta mierda". Tampoco es que quiera agarrar este argumento literalmente, no lo toméis desde un punto de vista tan radical, pero sabéis por dónde van mis tiros. No podemos -ni debemos- aceptar el defender una obra diciendo lo bien hecha que pueda estar cuando el presupuesto que le han dado a este señor fue de 20 millones de euros para que hiciese con su película lo que quisiera. Cuando un realizador maneja cantidades tan grandes y la producción y el resultado final es tan normal/mediocre/eficiente, que su factura técnica sea correcta es lo mínimo que se le debe exigir al director, sobre todo después de haber rodado cinco películas anteriormente. Es más, es algo que no deberíamos ni tenerlo en cuenta, debería ser un aspecto implícito en el que no deberíamos ni detenernos cuando estamos hablando de un profesional de la industria del cine. No ocurre así en el caso contrario, cuando un director coge un presupuesto ínfimo y logra hacer que luzca como si le hubieran dado el triple de dinero para llevarlo a cabo. Se me ocurre Guillermo del Toro, quien en El Laberinto del Fauno o Hellboy logró exprimir cada dólar y cada euro en pantalla. O véase La Isla Mínima de Alberto Rodríguez, quien consiguió que los 4 millones de euros que costó su película luciesen muchísimo más que los veinte de Regresión. Y al menos la producción se quedó en casa, no se escapó por Canadá.
Alejandro Amenábar ha pasado de ser el alumno aventajado del cine español a convertirse simplemente en alguien más dentro de la industria. Amenábar destacó como nadie cuando estrenó su ópera prima Tesis allá por el 96 y cuando partió todos nuestros esquemas a finales de 1997 estrenando una obra cumbre dentro de la historia del cine español y de la ciencia ficción: Abre Los Ojos. Amenábar era alguien que logró destacar por hacer cosas que nadie más hacía en aquel momento, alguien que se salía del estándar que imperaba en aquel momento y nos ofrecía películas que incluían un enorme salto de calidad. En los siguientes proyectos a Abre Los Ojos, Amenábar optó por reclutar a estrellas internacionales para poder vender el producto en mercados internacionales, algo perfectamente entendible desde un punto de vista económico pero con el que pierdes la esencia del cine patrio que estás abanderando. Si Abre Los Ojos se hubiese producido este año la hubiera rodado directamente con Tom Cruise, y no con Eduardo Noriega. Amenábar destacó por acercar a nuestro cine una narración y unas formas muy estadounidenses, algo impensable a mediados de los 90. En cambio, a día de hoy no se diferencia de ninguno de sus homólogos americanos, es uno más. Y si no fuera porque la maquinaria de Telecinco se empeña en machacarnos constantemente que se va a estrenar la nueva película de Amenábar, nadie sería capaz de identificar quién es el director que la firma.
Afortunadamente, en los últimos años muchos han sido los directores que han aupado nuestro cine a niveles y a una calidad que no tiene nada que envidiarle a las películas que nos llegan más allá del charco. Autores como el ya mencionado Alberto Rodríguez, Daniel Monzón, Daniel Sánchez Arévalo, Enrique Urbizu, Javier Fesser y Alex de la Iglesia, entre otros, producen y dirigen un cine de muchísima calidad sin perder su esencia de cine español. Pero lo peor que se puede decir de Regresión es que es una película que podría haberla dirigido cualquiera.
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